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Estudiante del Magisterio obtuvo la beca Adolfo Calle

Se trata de Tomás Balmaceda Carrizo, de primer año, quien ganó este año la beca “Dr. Adolfo Calle”, que organiza diario Los Andes.

26 de marzo de 2024, 08:52.

imagen Estudiante del Magisterio obtuvo la beca Adolfo Calle

Tomás Balmaceda Carrizo, de primer año de la Escuela del Magisterio, ganó este año la beca “Dr. Adolfo Calle”, que organiza cada año diario Los Andes. El texto por el que fue galardonado es una historia que tiene al fútbol y al barrio como protagonistas.

Tomás egresó de la escuela primaria Jorge A. Calle, donde también se destacó por ser primer escolta de la Bandera. Vive en Godoy Cruz con su mamá Belén Carrizo, empleada de una cadena de farmacias. Aunque contó que gran parte de su tiempo lo transita en la casa de su abuela, en Guaymallén.

“Cuando la vida me está ardiendo creo en el fútbol. Es mi pasión. No sé si es lo que más me gusta, pero sí es de lo que más hablo. Juego al fútbol, veo fútbol, lo analizo y me distraigo con la pelota”, explicó Tomás a la periodista Valeria Caselles, en la entrevista que le realizó diario Los Andes. 

Según contó en el diario centenario, Tomás jura que no practicó para el examen que exigía la beca porque prefería escribir una historia espontánea, “con lo que me surgiera en el momento. Mi historia estaba ahí, no la forcé”, dijo.

Quienes quieran leer la entrevista completa de Los Andes, pueden hacer clic en el siguiente link. 

EL TEXTO DE TOMÁS: “CON SUS MANOS DE BARRO”

Era una calurosa tarde de verano. Manuel y sus amigos se dirigían a su querida cancha, un lugar donde tenían grandes recuerdos. El problema surgió cuando, al llegar, se encontraron con un grupo de niños mayores que ellos y decidieron acercarse a hablar:

- ¡Ey, chicos! Esta cancha nos pertenece –exclamó Manuel-.

- Nosotros llegamos primero –dijo uno de los chicos-.

Sus amigos se resignaron y estaban por irse pero Manuel, que pensaba en lo injusto de la situación, dijo:

- Esperen. Nosotros vinimos a jugar. ¿Por qué nos tenemos que ir?

Sus amigos mostraron entusiasmo con esas palabras y tomaron una decisión: Jugar un partido de fútbol contra los otros chicos. Ellos aceptaron. Pero, para demostrar que eran superiores, decidieron agregarle un plus al partido:

- El equipo que gana se queda en la cancha. El que pierde, no podrá volver aquí -dijeron-.

Lejos de sentirse intimidados, Manuel y sus amigos aceptaron y se prepararon para jugar. El partido comenzó y en el aire veraniego se percibía un sentimiento único de estos partidos. Por un lado, estaba el miedo a perder. Por otro lado, la sensación de que la victoria era posible.

Los chicos acordaron que el partido se jugaría hasta que la luz de la calle se encendiera por lo que, además de las sensaciones y las emociones, debían luchar contra el calor de aquella tarde. El equipo de Manuel y sus amigos se nutrió del contexto y empezaron a jugar el partido de su vida, como si fuera el último juntos o como si se jugara algo más que una cancha.

A Manuel, desde chico, le había gustado una posición muy difícil. Le gustaba atajar y, entre todos sus amigos, solo él sabía hacerlo de gran manera. El partido seguía muy peleado. Aunque no lo notaran, los chicos estaban sufriendo bajo el sol. El equipo de Manuel estaba ganando.

De repente, el sol comenzó a bajar, lo que significaba que el final del partido se estaba acercando. Como la pelota recorría aire, tierra y, en algunos momentos, agua, los chicos se ensuciaban cada vez más en el transcurso del partido, y Manuel no era la excepción. Sus manos, libres de guantes, estaban cubiertas de barro y su fuerte olor, aunque no le dio importancia. El sol seguía cayendo y, por ende, estaba anocheciendo.

El equipo de Manuel seguía ganando y tenían la presión de cuidar el resultado parcial. No parecía difícil pero el fútbol es impredecible y, en una de las últimas jugadas del partido, el equipo rival consiguió un penal a favor que podía empatar el encuentro. Entre la alegría de unos y la furia y el miedo de otros, el foco se prendió. Todos reclamaban que el penal no debía patearse según lo acordado, pero con tintes de fútbol profesional, decidieron que debía patearse y, en caso de que acabara en gol, el partido continuaría.

En ese momento, Manuel se encontraba solo. El resultado dependía de él y lo sabía. La sensación que recorría su cuerpo era de confianza. Su instinto le decía que él era capaz de atajarlo. Enfrente estaba su rival, casi con la misma pasión que Manuel, decidido a meter ese gol.

El momento llegó, el chico pateó y Manuel voló. En su cabeza pasaban miles de pensamientos. Cerró los ojos y al caer sintió, sobre sus manos de barro, la pelota. Tenía que ser Manuel, con sus manos de barro, él era el responsable de que el partido se jugara y sus amigos, que lo habían acompañados en su iniciativa, también sentían lo mismo.

El equipo se fundió en un abrazo inolvidable, como aquel partido. Sus rivales se fueron y ese verano se vivió distinto porque cada partido, en esa cancha, se jugaba como el partido de la vida.

 

LA OPINIÓN DEL JURADO

Terminada la selección del trabajo ganador, los miembros del Jurado ofrecieron su mirada acerca de los escritos de esta 70ª edición de la Beca: “Destacamos la notable creatividad y compromiso de los participantes provenientes de diversos departamentos de Mendoza con obras que reflejaron mundos maravillosos y el poder transformador de la palabra literaria y poética. Los temas fueron múltiples (la amistad, la comunicación, la creación, el valor del tiempo compartido, el miedo, la muerte, la pérdida, el dolor y la alegría, entre otros) como las modalidades ficcionales, aunque prevalecieron los mundos maravillosos y la consigna de la producción permitió un interesante despliegue de recursos narrativos (el suspenso, el misterio, metáforas). ¡Felicitaciones a todos por su dedicación y talento!”

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